Después de todo, Marrakech

Ha sido difícil ponerse a escribir estas líneas, porque el año ha empezado con marcha: una cuenta atrás de un mes para resolver dos trabajos y hacer dos exámenes, sin desatender las obligaciones personales y laborales, y dejando algo de hueco para el esparcimiento. Al final algo tenía que resentirse y, mientras no vea mis notas, el relato de mi (nuestro) viaje a Marrakech ha sido el único daño colateral.

A modo de breve prólogo, me permito mencionar que nuestro vuelo no fue Madrid-Marrakech sino Madrid-París/París-Marrakech, y que esa barra espaciadora hace referencia a unos días en la Picardie profonde de los que tampoco hay mucho que reseñar, salvo que comimos bien y bebimos mejor. Así, con la panza llena y movidos por las ganas de ver mundo, un día 29 de diciembre tomamos en París un vuelo a Marrakech. Transcribo, en lo fundamental, las notas de mi cuaderno de viaje, aderezándolas allí donde haga falta con valoraciones actuales, fotografías y chascarrillos.

Antes de eso, conviene que haga dos aclaraciones: la primera es que planificamos muy mal nuestro viaje por falta de tiempo y de buenos recursos web (pero no sé si hubiera bastado con pasar por la Oficina de Turismo de la Embajada de Marruecos); la segunda es que, a pesar de eso, resultó que siete días en Marrakech dieron bastante de sí (aunque al principio creímos que íbamos a aburrirnos como setas).

Día 1 (29 de Diciembre) – La llegada

Lo que debía ser un breve control de pasaportes se convirtió en un tormento de dos horas, ya que había muy pocos agentes para una horda de turistas. Al salir del aeropuerto estábamos al borde de la hora de llegada acordada con el hostal (llamarlo riad sería demasiado), así que no era viable (parece que nunca lo es) esperar al autobús de línea; por eso decidimos coger un taxi, y hubo que aceptar que nos cobraran 30 dirhams más de lo anunciado en los carteles oficiales. «Suplemento de noche», dijeron, y no estábamos como para regatear.

El taxi nos deja cerca de la plaza Yamaa el Fna, tan masificada como yo la recordaba. Cuando conseguimos ubicarnos, no tardamos mucho en llegar al hostal (Trip and Friends), donde nos encontramos a unos andaluces fumando costo y a un personal pasadísimo de rosca. Nos ofrecen un té tirando a templaducho y esperamos al boss. El boss llega y revisamos con él nuestra reserva: nos damos cuenta de que la web ha contabilizado el día de salida como noche de estancia, y que hace falta descontar la cantidad correspondiente; rehacer el cálculo resulta un poco confuso en una situación tan esperpéntica, pero es posible. Pagamos y preguntamos por la habitación. Nos dicen que hay que ir a otro hostal. El boss, que no debía ser tan boss como parecía, coge la maleta con ruedas de Émilie y nos lleva, serpenteando innecesariamente, a otro hostal, que parece tener, por lo menos en las zonas comunes, un aspecto bastante mejor que el inicial (os daría el nombre o la dirección, pero se ha traspapelado la tarjeta que cogimos). El chiquito de recepción quiere cobrarnos otra vez la habitación, pero consigo hacerle entender que no, que el boss ya nos ha cobrado.

La habitación es pequeña pero decente, y el baño es minúsculo, desde luego, pero cumple su función. Hay agua caliente, así que cumple el mínimo. El gran problema de la habitación, al ser invierno y tener que mantener cerrada la ventana que da al patio interior, es que no se ventila bien y la humedad del baño se concentra, dejando un olor permanente a «humenidad».

Cenamos en la plaza de Yamaa el Fna y dormimos prontito. El ambientillo invita a sentirse como William S. Burroughs, pero mejor que no.

Día 2 (30 de Diciembre) – Toma de contacto

Después de desayunar (té, mantequilla y miel; el sucedáneo de café con canela mejor dejarlo para desatascar tuberías), paseamos por los souks del centro sin rumbo fijo, donde terminamos dejando que nos atrape la tienda de música Bob Magic Music, que no está muy lejos de nuestro hostal. Según su vendedor (al que llamaremos «Bob», por comodidad), es una de las pocas tiendas que no solamente vende gilipolleces para turistas sino también instrumentos decentes para músicos; hablamos de instrumentos de viento, compramos una especie de flauta hecha con madera y hueso (nombre desconocido), y recibimos algunos consejos turísticos (aunque necesitamos volver a pedírselos más adelante -ver infra-).

Después de callejear en torno a la plaza de Yamaa el Fna, encontramos a un viejito que vende «pan con cosas» (una especie de gözleme turco, pero con masa más especiada y sin relleno): le compramos 2 por 8 dirhams, los comemos en el hostal y salimos de nuevo a turistear. Visitamos el palacio Bahía y Dar Si Said (un museo irregular con arquitectura interesante).

Palacio de la Bahía

Palacio de la Bahía

A nuestro regreso, nos dejamos engañar (una de las constantes del viaje) por un encantador de turistas (y drogador de serpientes) que nos cobra un pastón por unas fotos que no queríamos hacernos, y luego tomamos té en terraza mientras vemos ponerse el sol y nos cagamos en los muertos de las hordas de españoles que nos rodean.

Cenamos tajín en un restaurante cercano al hostal (calle Kennaria Dabachi Medina), donde somos atendidos por la hija del dueño, una cría de unos 14 años que responde las preguntas que no entiende con respuestas que conoce.

Día 3 (31 de Diciembre) – Más allá de la Medina

A las 5 de la tarde, cuando escribo mis notas, no siento los pies. La mañana comenzó, tras el desayuno, con un nuevo tour por los souks, en busca de los últimos regalitos que queríamos encontrar. Después de comer (de nuevo tajín), vamos en busca de la parada de minibuses que, según las recomendaciones de Bob, debía ser nuestro punto de partida para ir a Ourika. Al pasar la mezquita de Koutoubia, un señor en bici nos guía amablemente hacia el palacio de El Badi y los jardines de Aghdal, que eran nuestros destinos turísticos de la tarde, aunque sus consejos para encontrar el dichoso minibus no son exactamente prácticos tampoco. A pesar de las buenas indicaciones del amigo ciclista, terminamos prescindiendo tanto del palacio (por falta de ganas) como de los jardines (porque no parecían ser accesibles), pero dimos un largo paseo hasta el límite de la medina, paseamos por la kasbah, y disfrutamos del buen tiempo. En nuestro recorrido encontramos estampas bien curiosas, como el gato que duerme plácidamente sobre un cajón lleno de gallinas que picotean no se sabe muy bien qué, ajenas al depredador que espera, paciente, un muslito ya cocinado.

Souk en dos alturas

Souk en dos alturas

Por la noche no hubo uvas ni campanadas, pero sí narguile y una buena noche de descanso después de la larga caminata. El lugar escogido para despedir el año fue un hostal/restaurante, el Hotel El Kennaria (junto al restaurante donde cenamos la noche anterior). Tuvimos música en directo (primero un cantautor y luego música tradicional) y compartimos la velada fundamentalmente con turistas (dos franceses, una familia de italianos horteras, un grupo de gringos que asumían su condición de mascotas, tres rusos, dos señoras que daban miedito…). Los italianos horteras estaban escandalizados al vernos fumar narguile (¡droga!, pensaron), pero los hijos del matrimonio (un preadolescente y una adolescente completa tan horteras como sus padres) hicieron presión en favor de pedir una; luego, la madre fotografiaba a su hija, que ponía cara de inocente mientras se metía en la boca el pitorro de la pipa. Toda una escena.

Día 4 (1 de Enero) – Más allá del souk

El ritmo del día fue el habitual, desayunar temprano y sumergirse en el souk, con dos peculiaridades: la primera, que nos levantamos ligeramente más tarde, para compensar la «juerga» del fin de año; la segunda, que hemos ido a los souks no para deambular por ellos sino para cruzarlos de punta a punta. ¿Objetivo? Turisteo. Visitamos la madrasa Ben Yousef (con una arquitectura algo repetitiva, pero abrumadoramente hermosa), el museo de Marrakech (con una colección irregular, pero el edificio vale la pena), y la casa de la fotografía (con unos fondos impresionantes de fotografía etnológica, y -de nuevo- una arquitectura interesante). Tuvimos la mala suerte de que la Qoubba almorávide estaba cerrada y nos quedamos sin visitarla.

Madrasa Ben Yousef

Madrasa Ben Yousef

En el camino de vuelta, acabamos en un souk particularmente extraño, en los puestos apiñados encontrábamos, además de telas y baratijas, varias tortugas gigantes, un erizo, un halcón, cabezas de cabra cortadas y apiladas… Los clientes eran básicamente señoras. Evidentemente no tardamos mucho en darnos cuenta de que aquél no era realmente un lugar para turistas, así que dimos la vuelta y reorientamos nuestro rumbo.

Descansamos un ratito en el hostal y salimos de nuevo a cenar algo, con la intención de dedicar el día siguiente al valle de Ourika…

Día 5 (2 de Enero) –  «Otra»

…cosa que al final no pudo ser. Por algún motivo difícil de comprender, fue más sencillo mantener tranquilo nuestro hostal la noche de fin de año que la de año nuevo: gritos, televisión a todo volumen, niños que corren, saltan, lloran… no hubo quien durmiera hasta pasada la medianoche, así que la mañana del 2 de Enero no éramos capaces de levantarnos a las 08:30.

Por suerte, nos quedaban por visitar las tumbas saadíes y las ruinas del Palacio El Badi. En las tumbas tuvimos la oportunidad de ver en acción a una paisana (mía, es decir, española) con muchas ganas de posar de una forma ridícula (y aparentemente efectiva -para ella-) delante del móvil con cámara de su maromo… en cada rincón, para burla y escarnio, por supuesto, de la cola de turistas que querían asomarse al interior de la tumba y que no podían porque ella no podía dejar de fotografiarse repetidas veces indicando si el móvil debía estar más arriba, más abajo, más a la derecha o más a la izquierda, para después confirmar que la posición era correcta diciendo: «otra». Curiosamente, los sitios eran «impresionantes» o «preciosos» solamente una vez que habían sido retratados junto a ella, que hablaba en castellano a todos los guiris que tenía alrededor.

Ruinas del Palacio El Badi

Ruinas del Palacio El Badi

Tras visitar las ruinas del palacio, volvimos a pasar por la tienda de Bob, a quien confesamos que habíamos sido incapaces de seguir sus indicaciones para encontrar los malditos minibuses que tenían que llevarnos a Ourika. Nos repite las indicaciones, le compramos un def, y volvemos al hostal seguros de que al día siguiente haríamos un viaje exitoso.

Día 6 (3 de Enero) – Por fin Ourika

Escribo en mi diario a las 18:30. Hace una media hora que llegamos al hostal, del que salimos en torno a las 09:00 para seguir las indicaciones de Bob y visitar el valle de Ourika. He de reconocer que no seguimos exactamente sus indicaciones porque hubo manera de hacerlo (cuando llegamos al lugar indicado, apenas había minibuses con rumbo a Ourika), y que el resultado, sin ser malo, no responde exactamente a lo que habíamos esperado. Sin embargo, también nos quedamos con la sensación de que lo que nosotros queríamos hacer era imposible. La próxima vez intentaremos arreglar esto de otra manera…

Nosotros queríamos:

1) Ir directamente a Ourika en minibus pagando, como Bob había dicho, 20-30 dirhams cada uno.

2) Llegar y subir desde la primera cascada hasta la séptima, siguiendo a los turistas donde fuera conveniente.

3) Comer-cenar a media tarde, después del recorrido.

Pero esto es lo que realmente hicimos:

1) Ir a Ourika integrados en un grupo de turistas (4 nórdicas, 2 viejecitas inglesas, el sobrino holandes de Dumbledore acompañado por su señora, una familia de marroquíes asentados en Francia, y 4 españoles matables) pagando 200 dirhams por cabeza.

2) Visitar, antes de llegar a Ourika, una casa bereber y un jardín de plantas aromáticas y medicinales (ambas cosas incluidas en el precio).

3) Llegar a Ourika y comer en un sitio para turistas por 120 dirhams el menú (descubriendo por el camino que nuestros guías se llevaban una suculenta comisión por llevarnos a comer allí).

4) Subir hasta la segunda cascada por un recorrido masificado y darnos cuenta de que «subir» hasta la séptima es más bien «trepar» hasta allí, y que es difícil hacerlo sin contar con un guía y una equipación mejor que la que llevábamos.

Segunda cascada en Ourika

Segunda cascada en Ourika

Puede ser  que el turismo de aventura en Marrakech (o tal vez en Marruecos) no se preste bien ni a la improvisación ni a la planificación autónoma, sino que sea necesario siempre contar con una buena agencia que prepare un recorrido. Lo contrario es exponerse a la tomadura de pelo perpetua, ya que , como se verá con más claridad en lo que queda de relato, desde luego fuimos bastante inocentes al creer que la hospitalidad desinteresada marroquí podría tener algún parecido con la turca. Que el lector lo achaque a lo que quiera: estar cerca del desierto, en una ciudad con mucho turismo «agresivo», en un país árabe, o en una posición de semi-colono (una pareja franco-española no necesariamente es vista con buenos ojos en el Rif)… el resultado es, en lo que respecta a las posibilidades de comportarse como un viajero, más bien negativo.

Día 7 (4 de Enero) – Más allá de la Medina… segunda parte

Mismo sistema. Desayuno en torno a las 10:00 y en marcha. Esta vez nuestro objetivo es el Jardín Majorelle, junto con el Museo Bereber.

Primer intento: Buscar el bus 11. El bus 11 sale de la Plaza Foucault. La Plaza Foucault tiene forma de triángulo y huele a aparato excretor equino. Los autobuses salen de la Plaza Foucault en sentido metafórico, ya que puede ser necesario avanzar varios metros hacia la derecha por la avenida para encontrar la parada de bus que se busca. Los buses tienen una frecuencia estimada de media hora. El billete cuesta 4 dirhams. No somos capaces de encontrar la parada de bus.

Segundo intento: Coger un taxi. Probar el regateo a 20 dirhams. No aceptar más de 30. Tenemos que cancelar el regateo varias veces, pero finalmente conseguimos que sean 30 la ida y después, tras otro regateo con otro taxista, 30 la vuelta. Una conversación del segundo taxista con otro marroquí nos da a entender que incluso este duro regateo es claramente un timo en nuestra contra.

Los jardines Majorelle son impresionantemente bellos, y fotografiamos plantas (especialmente cactuses) hasta el hartazgo. Hay más turistas de los que son tolerables por la salud de cualquier persona normal. El Museo Bereber, que tiene su sede en la que fue la casa de Majorelle, tiene desde luego su encanto. Cerca del museo encontramos un restaurante donde comer, si bien los precios son algo más altos que en la Medina.

Jardín Majorelle

Jardín Majorelle

A las 17:10 estamos en el hostal. Hemos reorganizado las maletas, y unos críos dan por saco escuchando música hortera local en el loromóvil. Es nuestra última tarde en Marrakech, y queremos que sea tranquila, pero una ocurrencia nos la chafa ligeramente:

Salimos de nuevo al souk para intentar hacer una compra de última hora (buscamos monedero o cartera de cuero). La encontramos y decidimos, a eso de las 18:30-19:00 pasear un poco. Los comercios de los souks cierran a toda velocidad y antes de que podamos darnos cuenta estamos encerrados en un laberinto medio vacío, pésimamente iluminado y donde apenas hay nadie. Deambulamos sin saber muy bien si estamos yendo en la buena dirección (los puntos de referencia han variado totalmente y los carteles de orientación desaparecen). Unos chicos nos ven cara de perdidos, nos ofrecen guiarnos: hacemos un recorrido un poco extraño pero llegamos a un sitio que nos suena, reencontramos los carteles que señalan el camino hacia la plaza, pero los críos nos cortan el paso: 100 dirhams por el servicio. Nos parece un abuso. Consigo convencerles de que no llevamos tanto y se quedan contentos con 50 dados en monedas.

Sus indicaciones, sin embargo, no son del todo útiles. Otro chaval, más talludito, nos indica que estamos yendo en una dirección equivocada. Se ofrece a guiarnos; oliéndonos que va a querer cobrarnos de nuevo, le decimos que no. «C’est pas grave», dice, y camina delante de nosotros; se pone auriculares con música mientras yo intento decirle que no vamos a pagarle nada y que nos deje a nuestra bola. No ha dado ni veinte pasos, nos enseña otro cartel de indicación y de nuevo pide pasta. Le decimos que no nos queda dinero, que hemos salido a dar un paseo y que no llevamos nada. Nos llama gilipollas y nos dice que ha trabajado para nosotros. Le insisto en que no tenemos ni un duro y le recuerdo que le he insistido en que no hacía falta que nos guiara. Su actitud no es precisamente la de aceptar mi explicación, y la verdad es que no me apetece volver al hostal (y a Madrid) con un ojo morado, así que saco la cartera y le hago caso: 100 dirhams. Mala suerte, porque ve que tengo 200, y me exige el doble de lo que me había dicho inicialmente. Todavía nos costará un rato salir de ese jodido laberinto, y tendremos ocasión de encontrarnos con el susodicho guía, más bien atracador, antes de salir: vuelve a llamarnos gilipollas y nos repite sus indicaciones, que son tan malas como las de los chavales (cosas como decir «à gauche» y señalar hacia la derecha).

Volvemos al hostal con la sensación de que nos acaban de atracar dos veces en 30 minutos: no es, desde luego, el mejor recuerdo que conservar de Marrakech. Es una ciudad mágica, sin duda, pero creo que nunca nos había salido tan mal nuestro intento de hacer de viajeros… Tal vez saber árabe nos hubiera colocado en otra posición, o tal vez no. Es un círculo vicioso: el turismo agresivo convierte al turista en un primo y el turisteo en un timo organizado; eso convierte al viajero en un desubicado, y la evidente falta de sintonía hace que el viajero vuelva de su periplo advirtiendo contra aventuras de este tipo; esas advertencias reforzarán el turismo agresivo, y harán todavía más difícil la defensa de otras formas de comprender los viajes. No creo que sea culpa nuestra, pero la verdad es que me jode volver de las vacaciones con esta sensación agridulce.

Como siempre, y en esta ocasión creo que se agradecerá especialmente su belleza, compartiré algunas fotos aquí.

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